para aquellos que habitan en mí.
Escúchame bien, caminante, lo que tengo que decirte.
Si alguna vez encontraste el camino que te trajo hasta mi puerta
y entraste.
Si te sentaste a mi mesa,
Si te sentaste a mi mesa,
comimos de la misma risa y bebimos del mismo llanto.
Si me vestí con tus ropas y te calzaste mis pies.
Si prendió en tu mirada la misma luz que calienta mi luna...
Entonces, te digo, no podrás encontrar ya,
Si me vestí con tus ropas y te calzaste mis pies.
Si prendió en tu mirada la misma luz que calienta mi luna...
Entonces, te digo, no podrás encontrar ya,
jamás,
el camino ni la puerta de salida.
Tendrás que romper mi casa en mil pedazos.
Es posible, incluso, que tampoco así puedas marchar.
Tendrás que romper mi casa en mil pedazos.
Es posible, incluso, que tampoco así puedas marchar.
Porque esta casa es tan terca y obstinada que se levantará y recompondrá de nuevo, contigo dentro, aunque tú no lo sepas.
Ese es su don.
Esa, mi fortaleza.
Ese es su don.
Esa, mi fortaleza.